Jorge Luis Borges – Juan Lopez y John Ward
abril 3, 2007 – 5:54 AMLes tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos.
Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer El Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.
Este cuento-poema fue escrito por Borges en 1985, como un homenaje a las victimas de la guerra de las Malvinas y como una critica a todas las guerras. María Kodama, viuda del escritor, dijo sobre el sentido de la épica de este: «El amaba la épica, pero no era militarista ni amaba la guerra. De la guerra exaltaba esa visión romántica de las sagas, de la literatura épica, es decir, la historia del combate singular, del más valiente, del que lucha por la causa noble, que generalmente es el derrotado. Esa temática era lo que a él lo conmovía y esos códigos de honor que existían en otra época o que no existían pero que la literatura hizo que existieran, y que para él eran la esencia de lo que es o debería ser un ser humano, es decir, el respeto, el respeto por el otro, por el enemigo. Recuerdo justamente un hecho muy emotivo ocurrido cuando le dieron el doctorado en la Universidad de Oxford en Inglaterra. Nos llevaron a visitar un wall memorial de los estudiantes famosos de esa casa de estudios. Ibamos recorriendo junto a la gente de la universidad ese pabellón y yo le iba leyendo los nombres que estaban en la pared. Llegamos al sitial de los caídos en la Segunda Guerra Mundial, en determinado momento comienzan a aparecer nombres de origen alemán. La inscripción de esa placa decía, a fulano, fulano y fulano, estudiantes de esta universidad que murieron defendiendo a su patria, Alemania. Borges se emocionó y lloró, lloró porque para él la épica era eso, no el rencor y el odio al enemigo, sino el reconocer el valor de esos jóvenes que cayeron por su patria de nacimiento, su fatherland, y porque su patria intelectual, Inglaterra, les rendía también su homenaje. Había hallado un hecho tangible de aquello que siempre buscó expresar en su obra, lo humanamente hermoso».
En este mismo año, Borges asistió a la sala donde se juzgaban a las Juntas Militares argentinas. Fue un proceso judicial realizado por la justicia civil argentina, por orden del entonces presidente Raúl Alfonsín, contra las tres primeras juntas militares de la dictadura: las que dirigieron el país desde el golpe militar del 24 de marzo de 1976 hasta la Guerra de las Malvinas. En una crónica para la agencia EFE, titulada «Lunes, 22 de julio de 1985», Borges escribió:
«He asistido, por primera y última vez, a un juicio oral. Un juicio oral a un hombre que había sufrido unos cuatro años de prisión, de azotes, de vejámenes y de cotidiana tortura. Yo esperaba oír quejas, denuestos y la indignación de la carne humana interminablemente sometida a ese milagro atroz que es el dolor físico. Ocurrió algo distinto. Ocurrió algo peor. El réprobo había entrado enteramente en la rutina de su infierno. Hablaba con simplicidad, casi con indiferencia, de la picana eléctrica, de la represión, de la logística, de los turnos, del calabozo, de las esposas y de los grillos. También de la capucha. No había odio en su voz. Bajo el suplicio, había delatado a sus camaradas; éstos lo acompañarían después y le dirían que no se hiciera mala sangre, porque al cabo de unas «sesiones» cualquier hombre declara cualquier cosa. Ante el fiscal y ante nosotros, enumeraba con valentía y con precisión los castigos corporales que fueron su pan nuestro de cada día. Doscientas personas lo oíamos, pero sentí que estaba en la cárcel. Lo más terrible de una cárcel es que quienes entraron en ella no pueden salir nunca. De éste o del otro lado de los barrotes siguen estando presos. El encarcelado y el carcelero acaban por ser uno. Stevenson creía que la crueldad es el pecado capital; ejercerlo o sufrirlo es alcanzar una suerte de horrible insensibilidad o inocencia. Los réprobos se confunden con sus demonios, el mártir con el que ha encendido la pira. La cárcel es, de hecho, infinita.
De las muchas cosas que oí esa tarde y que espero olvidar, referiré la que más me marcó, para librarme de ella. Ocurrió un 24 de diciembre. Llevaron a todos los presos a una sala donde no habían estado nunca. No sin algún asombro vieron una larga mesa tendida. Vieron manteles, platos de porcelana, cubiertos y botellas de vino. Después llegaron los manjares (repito las palabras del huésped). Era la cena de Nochebuena. Habían sido torturados y no ignoraban que los torturarían al día siguiente. Apareció el Señor de ese Infierno y les deseó Feliz Navidad. No era una burla, no era una manifestación de cinismo, no era un remordimiento. Era, como ya dije, una suerte de inocencia del mal.
¿Qué pensar de todo esto? Yo, personalmente, descreo del libre albedrío. Descreo de castigos y de premios. Descreo del infierno y del cielo. Almafuerte escribió:
Somos los anunciados, los previstos
si hay un Dios, si hay un punto omnisapiente;
¡y antes de ser, ya son, en esa mente,
los Judas, los Pilatos y los Cristos!
Sin embargo, no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice.
Es de curiosa observación que los militares, que abolieron el Código Civil y prefirieron el secuestro, la tortura y la ejecución clandestina al ejercicio público de la ley, quieran acogerse ahora a los beneficios de esa antigualla y busquen buenos defensores. No menos admirable es que haya abogados que, desinteresadamente sin duda, se dediquen a resguardar de todo peligro a sus negadores de ayer».
Video documentales:
La República Perdida (1 y 2)
La Guerra de las Malvinas (1, 2, 3 y 4)
2 Responses to “Jorge Luis Borges – Juan Lopez y John Ward”
DÍAS ATRÁS DIJE QUE BORGES NO ME CAÍA BIEN: mea culpa,
mi juicio fue prejuicioso, por lo menos: fué un gran
denostador de la obra de Perón.- Y tuvo obras mas que
pedantes.- Pero este escrito lo reinvindica.- La supuesta dictadura de Perón, al lado de los asesinos
que implantaron desde el Pentágono en latinoamérica,
fué como un autito de jugete, y un tanque de guerra.
Uno, destinado a distraer, el tanque, a aplastar.- Y
así lo usaron: En el momento de aparecer el sol, con
un tanque, pasaron por arriba de una casilla de made
ra donde vivía un supuesto guerrillero, su concubina,
y una beba de meses.- No sigo, porque despues de mis
disculpas publicas, este recuerdo me aniquiló la men
te.- Lo conocí, trabajé con él diez años antes, duran
te unos meses…no lo traté sino unos días, cuando en
la empresa yanqui filial argentina…nos echaron a los
dos.- Argentina tuvo una guerra civil oculta…Chile,
otra…Y Uruguay mandó a dos espías infiltrados de la
Cía…de vuelta, en sendos cajones, bien envueltos en
la bandra de las estrellas….de la época de los hippies.- Religiones, militarismo, poder prepotente..
¿What, the difference?
By amilkar on Ago 26, 2008 at 6:29 AM