Inserte aqui su publicidad

En el borde del acantilado

marzo 1, 2007 – 5:28 AM

En toda la semana no tuvimos que registrarles los bolsillos buscándoles drogas, ni hubimos de estar pendientes de sus salidas y llegadas, ni hicieron trastadas ni nos dieron quehacer. Fue un alivio que terminó por convertirse en preocupación, porque tantas horas encerrados en sus cuartos sin verse entre ellos no podía sino ser el síntoma de una rara enfermedad. Los espiábamos tras el ojo de la cerradura, irrumpíamos en sus dormitorios con cualquier excusa, mediamos los pasos que daban y el alcance de sus miradas, pero entre todos solo pudimos sacar en claro que pintaban papeles que luego quemaban, escribían papeles que luego quemaban, de noche, de día, insomnes, pálidos, hechizados… Esperábamos inquietos algún fatal desenlace que vino a ocurrir el domingo: salieron de casa con un folio entre las manos, sin decir absolutamente nada. Desde la ventana de la cocina les vimos partir, y les dimos un adiós con el paño de cocina que no vieron pero adivinaron, pues murmuraron entre labios sin volver la cabeza: “Adiós, mama. Nos veremos mañana en un mundo perfecto”.

En el borde del acantilado, el mago ocupaba una poltrona. En sus hombros, un monito nervioso, azul y patizambo brincaba y cabriolaba de lado a lado, aureolando la cabeza de su amo. La fila era larga y sinuosa; se retorcía sobre si misma, danzaba, saltaba y a continuación fugaba hacia el horizonte. Aunque no veíamos su final, intuíamos que seguía creciendo, pues nos habíamos conocido todos en los delirios de nuestro insomnio y sabíamos que éramos muchos mas de los que nos veíamos. El también sabia que éramos mas de los que avistaba (no en vano nos había avisado uno por uno mientras soñábamos), así que se daba prisa en juzgar nuestras propuestas.

Hubo quien entregó el dibujo de un corazón atravesado por una flecha junto a su nombre y el de su amada, algún aristotélico trazó esferas concéntricas cada una de las cuales representaba cualidades humanas ordenadas según su importancia, folios enteramente pintados de rosa, ciudades futuristas con botones y pantallas por todas partes, paisajes vírgenes y exuberantes, cielos azules, figuraciones de Dios, partituras de composiciones musicales… El mago, inmutable, emitía el monótono e inapelable juicio: “Esto no es”, y a continuación requería la presencia del siguiente.

A mitad del día le llegó el turno a un niño, que entregó al mago su propuesta con gran tranquilidad. Este enarcó las cejas y le devolvió el papel al niño con desprecio:

– Niño idiota, me entregas un folio en blanco ¿Qué pretendes? ¿Acaso reírte de mí?
– Solo es perfecto lo que no existe -, respondió el infante con altivez.
– Te equivocas. La perfección existe, y me han enviado para encontrarla y materializarla.
– Mentira -, susurró.
– ¡¡¡¿Mentira?!!!-, gritó el mago, y acto seguido soltó una carcajada estruendosa.

Reiase el mago a carcajada limpia, retorciase en su poltrona, lloraba a lágrima viva, mesabase barba y cabellos en los espasmos de su hilaridad, mientras su imagen y su persona iban deshaciéndose y lanzándose contra el inmaculado papel que sujetaba el niño. Volviose la hoja cada vez más oscura hasta quedar de un negro impoluto cuando aquel terminó por desaparecer. Arrugó el niño el papel hasta hacerlo una bola que tiró al mar, y allá donde el mago solo quedó un monito nervioso, azul y patizambo que saltaba, saltaba y daba saltos.

~~~w0w~~~

PD: De la obra Cuentos, misivas irreverentes y malas hierbas, inscrita en el Registro Territorial de la Propiedad Intelectual de Andalucía.


Inserte aqui su publicidad
  1. One Response to “En el borde del acantilado”

  2. Pss la verdad es esa, la perfeccion no existe, pero podemos acercarnos un poco al concepto de ella.

    By Overlord on Ago 16, 2009 at 10:30 PM

Post a Comment